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La imposibilidad del abandono: a propósito de una novela de Peter Rock

Judith N. Shklar decía que el pensamiento ilustrado no solo murió, sino que la mayoría de las ideas que surgieron en su contra gozan de un altísimo prestigio. Shklar escribió eso a fines de los 50 y consideraba los movimientos conservadores, cuando no reaccionarios, de carácter religioso, católicos o luteranos, como una de esas propuestas antiilustradas. Pero, además, estimaba que el existencialismo, aún en boga por aquellos años, era una deriva de esa conciencia de la infelicidad que fundaron los románticos.

Sospecho que, más de medio siglo después, Shklar sigue teniendo la razón.

Es cierto que no es lo mismo el sentimiento romántico que el romanticismo propiamente dicho. Sin embargo, también es cierto que ambos comparten la convicción, acaso rousseauniana, de que la civilización occidental constituye un auténtico fracaso. "Mi abandono" (Godot: 2019) de Peter Rock, sin llegar a ser una novela romántica, gravita allí, en esa peculiar tradición de rechazo al mundo de la vida contemporánea.

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Un padre y su hija viven en los bosques de Oregon al margen del sistema, salvo por los periódicos cheques que recibe el padre en su calidad de veterano de guerra. Ambos adoptan un estilo de vida vegetariano, evasivo, huidizo. Se rigen bajo rigurosas premisas éticas y racionales.

Es esta una fuga diferente a la que estamos habituados en la literatura estadounidense. No es Rick Bass vagando por los fríos bosques de Montana. No es Sue Hubbell cultivando abejas en los Ozarks. No es Annie Dillard contemplando ratas almizcleras en la Cordillera Azul. No es Muir ni Thoreau ni Leopold.

Todas esas experiencias, pese a su indiscutible carácter heterogéneo, comparten un elemento común: son susceptibles de entenderse desde una perspectiva, más o menos, épica. En Mi abandono el padre de la protagonista narradora se parece más a Rambo que al Uriel de Emerson. Es un desecho, un hombre residual, un derrotado esférico que busca proteger a su hija de una sociedad que lo reduce todo a despojo.

Alguien, de repente, podría evocar al Allie Fox de La costa de los Mosquitos (ambas novelas, por cierto, fueron llevadas al cine). Sin embargo, hay un elemento crucial: el padre en Theroux es una fantasmagoría delirante de la figura totémica del padre que fue furiosamente socavada, primero, con la Primera Guerra Mundial, luego con la Segunda, y por último, con el desastre de Vietnam. El padre en Peter Rock, antes bien, es un amoroso rumor del padre evaporado del que hablaba Lacan. Dicho de otro modo: se sabe vencido como padre y como hombre.

No se trata de una de esas típicas reelaboraciones de la novela Sturm und Drang, pues los personajes en Mi abandono, pese a su desenlace trágico y pese a que ese desenlace confirma el fracaso de una sociedad convencional, sin corazón, distan muchísimo de ser héroes románticos. Son personajes mucho más próximos a la Julia de La nueva Eloisa de Rousseau que a Werther o al abuelo de Billy en Fuego en la montaña de Edward Abbey. Es decir, son personajes que buscan desarrollar una solución, si se quiere extravagante, pero racionalista al fin de cuentas, de la situación romántica y los problemas que esta supone. Evitan llorar. Evitan mostrarse vulnerables. Evitan los giros sentimentales. Evitan, sin más, la impudicia de las emociones.

La tragedia en Mi abandono, por su lado, no tiene que ver con la vacilación inconsciente entre sentimiento y razón. La tragedia, más bien, tiene que ver con la imposibilidad de escapar. Doug Peacock regresó de Vietnam en los años sesenta y se internó en las montañas para convivir con los osos grizzly. Georges Vidal huyó de Francia en los años veinte y se internó en las selvas de Costa Rica. Caroline y su padre, protagonistas de la novela de Rock, intentan construir una vida buena y salvaje en Oregon y caen vencidos por la despótica tiranía de la estatidad.

Las instituciones del Estado, en efecto, se debilitaron en el ámbito de las contradicciones entre trabajo y capital. Pero nadie puede negar que el Estado cada vez más se inmiscuye en nuestras decisiones individuales. Basta un hecho para comprobarlo: acampar en casi cualquier parque nacional del mundo hoy implica un trámite semejante al de obtener la visa estadounidense.

Si antes los humanos erigíamos cercas y bardas para protegernos de lo salvaje, hoy las erigimos para proteger a lo salvaje de nosotros y para protegernos de nosotros mismos. Quizás por eso hoy los hippies de El Bolsón y los de Puerto Viejo no son más que cosmética de la nostalgia. El padre de Caroline, en algún momento, le dice: “Sabes más que mirar el pasado”. Tal vez no, tal vez solo sabemos mirar el pasado.

 

Fabián Coto

Escritor y productor radial

 

Mi abandono de Peter Rock

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